Te llamarás Mileto por el tejo
Capítulo 39
TEJO: Agradezco vuestros cariñosos elogios, amigos. Es cierto que me resulta bastante indiferente la composición mineral del suelo, pero prefiero los calizos. Los antiguos griegos me consideraron un árbol funerario
y, como tú, Cedro, estuve bajo la advocación de las Euménides o Erinias, esas tres diosas que luego los romanos llamaron Furias.
Las antorchas de las Euménides (las “Bondadosas”) eran de madera de mis árboles.
Quizá fuese por mi longevidad por lo que los griegos decían que crecía abundantemente en las regiones infernales y que aseguraba la inmortalidad a través de una especie de resurrección en el otro mundo. Y ahora voy con la leyenda que me corresponde. ¡Cuántas veces los árboles y otras plantas hemos ocultado bebés recién nacidos!
Pues a mí me sucedió también. En una ocasión, hubo un niño que conservó la vida gracias a mis cuidados.
Pero antes de dar comienzo al relato en sí, he de decir -porque tiene total relevancia para la historia- que mi nombre en griego antiguo era Milax. Y ahora sí; ahí va la leyenda.
En Creta vivió una vez una joven llamada Aría.
Era hija de un tal Cléoco. Como tantas otras chicas, Aría tuvo una relación amorosa con Apolo. De algunas de estas muchachas se ha hablado en esta asamblea.
VIOLA TRICOLOR (PENSAMIENTO): Como Evadne, cuyo hijo Yamo heredó de su padre Apolo la capacidad profética.
CIPRÉS: O Corónide, madre de Asclepio, que heredó los poderes curativos de su padre.
TEJO: Aría dio a luz un niño, y lo escondió entre las ramas de uno de mis árboles, convencida de que la reacción de su padre Cléoco iba a ser hostil.
Pero esta vez se ve que los temores de la joven Aría estaban injustificados, pues el abuelo de la criaturita se comportó de forma compresiva y amorosa. Cléoco fue a buscar a su nieto y lo encontró enseguida gracias a que Aría recordaba bajo qué Tejo le había dejado.
-“Este Tejo (Milax) te ha protegido. Por él, te llamarás Mileto” – farfulló Cléoco con la voz quebrada por la emoción, aunque intentó dar un tono solemne a sus palabras mientras miraba con disimulada ternura al niño que llevaba en sus brazos y que respondía fijamente a la mirada de su abuelo con ojos curiosos y una incipiente sonrisa dibujada en su rostro infantil.
Mileto creció y se convirtió en un adolescente de gran belleza.
Tanta que el rey Minos se enamoró perdidamente de él.
Pero ese amor no fue correspondido por Mileto, con lo cual, lo que en un principio fue amor, se trocó en una enconada enemistad. Minos, despechado, desterró de Creta al joven Mileto, que tuvo que dejar la isla.
Mileto navegó a la isla de Samos y luego a Caria, en Asia menor. En ambos sitios fundó dos ciudades con su nombre.
La ciudad de Mileto de Asia menor fue un importante centro filosófico y científico. Allí nacieron los filósofos: Tales en el 620 antes de Cristo; y también Anaximandro y Anaxímenes.
ENCINA: Aspasia, la pareja de Pericles, también procedía de Mileto. Aspasia fue una mujer muy inteligente, sabia consejera de Pericles y una hábil conversadora. Tuvo gran influencia en la vida cultural y política de Atenas.
AVELLANO: La vida de Pericles abarcó sesenta y seis años, pero definió a todo un siglo: “el siglo de Pericles”. Es el siglo V antes de Cristo.
Gran orador, político, hombre honrado, cuando gobernó Atenas la llevó al máximo de su gloria; impulsor del arte y la cultura, amigo de artistas, le apodaron “el Olímpico”. Se le considera el inventor de la democracia.
ALMEZ: Pericles fue amigo y protector de Fidias, el más famoso escultor de la Grecia Antigua.
TEJO: Habéis completado muy bien mi narración. Ahora a mí me corresponde el honor de presentar a una planta herbácea de la familia de las lináceas, al Lino, concretamente el Linum usitatissimum.
PAPIRO. Supongo que todos sabéis que usitatissimum significa «utilísimo», un superlativo que describe muy bien su importancia
TEJO: Efectivamente papiro, de largo trpnco y bonitas flores en estrella. El lino es originario de la región de los ríos Nilo, Éufrates y Tigris, e introducido para su cultivo en el resto del mundo desde los más remotos tiempos.
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Elena Huerta Fernández para VISITARB MADRID