El avellano y los dintes de dragón
Capítulo 14
AVELLANO: ¿Tengo que pensar que lo dices con ironía, Abeto de porte piramidal y de raíz central muy profunda? En cualquier caso me siento muy honrado de que seas tú quien me ceda la palabra.
Veo que todos mostrabais interés por Cadmo. Pues yo hablaré de este personaje que de alguna manera está relacionado conmigo.
GRANADO: “¡Personaje!” ¡Cadmo era un rey!
AVELLANO: Pero antes de hablaros de Cadmo, quiero reivindicar mi postura incrédula ante las fábulas que aquí se cuentan. Y para ello voy a sacar a colación algo que dice un rapsoda y filósofo llamado Jenófanes, que vivió entre el siglo VI y V antes de Cristo:
“ Es de alabar el hombre que con nobles palabras
se esfuerza por el bien guardando la memoria
y no cuenta las luchas de titanes, gigantes
y centauros -que son fábulas de los hombres de antaño-,
ni violentas querellas, en las que no hay provecho,
sino que, lo que se haga, esté orientado al bien”.
Dicho lo cual, voy con Cadmo. De él se decía que había traído a Grecia la técnica de fundir los metales.
También que había traído desde Egipto el alfabeto pelasgo. Hablar de escritura es hablar de sabiduría. Y eso es lo que yo simbolicé, le pese a quien le pese. Simbolizo la ciencia, la sabiduría, la autoridad y la prudencia.
GRANADO: ¡Ahí es nada, reina!
AVELLANO: En un principio las letras se escribían con ramitas de árboles. En el alfabeto de árboles la letra C significa “Avellano” y proviene de la palabra en galeico
Coll ……. C …… Avellano
y también el número nueve. A cada árbol se dedicaba un mes del año. El mío era el mes noveno.
ROBLE: Menos hablar de ti mismo y más hablar de Cadmo, Avellano.
GRANADO: ¡Avellano! ¡Querido! ¿Me dejarás contar a mí lo de la boda de Cadmo y Harmonía? ¡Es que me encantan las bodas! Y esta fue de lo más genial.
Es la segunda o la tercera boda más distinguida de la Mitología; quizá solo superada por la de Zeus y Hera, la venerable diosa calzada con doradas sandalias (2);
y no inferior a la de Tetis y Peleo, que más tarde fueron los padres de Aquiles.
AVELLANO: Si eso te hace feliz, Granado… Pero antes presentaré a Cadmo, que me concierne a mí hacerlo. Primero os pondré en antecedentes acerca de quién era. La leyenda en torno a este príncipe y a su esposa Harmonía se difundió por todo el Mediterráneo.
Cadmo era un príncipe fenicio, hijo del rey de Tiro. Tuvo por abuelos al dios Poseidón y al dios-río Nilo. Cadmo era hermano de la guapísima Europa, una de las incontables amantes de Zeus.
Recordaréis que a esta concretamente la raptó Zeus habiendo adoptado la figura de un joven y hermoso toro blanco.
Pues veréis. Tras el rapto de Europa, el padre de Cadmo mandó a sus tres hijos a buscarla
–“Aquí no regreséis sin vuestra hermana. No quiero volver a veros a ninguno si no la traéis de vuelta”.
Y no volvió a verlos. Los jóvenes se dispersaron por distintos países y no regresaron. La madre de los chicos y de Europa se fue con su hijo Cadmo. Enseguida se hizo evidente lo imposible de cumplir el encargo del padre. Cada joven terminó estableciéndose en un país diferente.
Como nos explico el Abeto, Cadmo fue a Delfos a consultar al Oráculo; la respuesta fue la siguiente:
-“Abandona la búsqueda de tu hermana y funda una ciudad allí donde veas que una vaca se tumbe agotada”.
“¿¡Y de dónde va a salirme al paso una vaca, por Zeus!?” – debió pensar Cadmo. Pero se puso en camino. Y al atravesar una región vio un rebaño de bóvidos.
Una vaca llamó su atención: tenía en ambos lados una mancha blanca … ¡como dos lunas llenas…! Y no le cupo duda. Aquella tenía que ser la vaca. Cadmo la siguió por toda la región de Beocia. Al llegar a un determinado lugar, la vaca se tumbó con claros signos de agotamiento.
“Aquí fundaré la ciudad ”– pensó Cadmo. Y se quedó mirando al animalito. “Lo siento, pero creo que debo ofrecerte en sacrificio a … ¡a la diosa Atenea!”.
Cerca del lugar fluía una fuente perteneciente al inmortal Ares dador de lágrimas (21).
ESPINO BLANCO (MAJUELO): Ares es hijo de Zeus y Hera. Mis árboles le fueron atribuidos.
LAUREL: Era la fuente Castalia. Yo hablaré de ella después.
AVELLANO: Los acompañantes de Cadmo se acercaron a la fuente a coger agua para el sacrificio, cuando de repente salió un dragón de no se sabe dónde
y los mató a todos.
Cadmo corrió a la fuente y se cargó al dragón.
Entonces se aparece Atenea y le da a Cadmo una orden un tanto … diría yo… -con todos mis respetos por la diosa de la razón- incomprensible: “Ahora siembra los dientes del dragón”. ¡Y desapareció!
¿A que suena incongruente? Pues más incongruente es el resto de la aventura.
GRANADO: ¡A Cadmo le debió dar un miedo tremendo meter las manos en la boca del dragón para arrancarle los dientes! ¡Pero el tío lo hizo!
Y surgieron unos prodigiosos hombretones, armados y de aspecto amenazador.
Cadmo pensó que iban a atacarle y les lanzó una piedra. Los “Hombres sembrados” o “Spartoi” comenzaron a pelear entre ellos y …
ROBLE: Vamos, Granado no te rayes. El Laurel volverá sobre ello. Fin del episodio.
AILANTO*: Pero algo pasaría después con los “Hombres sembrados”, digo yo.
AVELLANO: No. Ya lo dije antes: incongruente. Para más “inri” el dragón era descendiente del dios Ares -creo que ya lo he dicho- , y Cadmo tuvo que servir al dios Guerra ocho años para resarcirle de la pérdida de su dragón.
Luego Cadmo se hizo rey de esa ciudad, ña ciudad de las siete puertas, y fue cuando Zeus le concedió por esposa a una diosa: Harmonía.
GRANADO: Y con tu permiso, prudente Avellano, ahora viene la boda que es lo que más me gusta. Ya se ha dicho aquí que Harmonía era hija de la irresistible Afrodita y de su amante Ares.
Por si alguien lo ha olvidado, os recuerdo que Afrodita tenía esposo: Hefesto, el dios que sobresale entre todos los nietos de Urano por la destreza de sus manos.
La boda de Cadmo y Harmonía se celebró con grandes festejos. ¡Incluso cantaron las Musas, que lo hacían genial! Asistieron todos los dioses, que se presentaron con regalos a cada cual más valioso.
MIRTO: A mi juicio el regalo mejor fue un vestido para Harmonía tejido por las tres Gracias de hermosa melena (3).
GRANADO: Pues a mí me parece que el regalo más espléndido fue un cinturón para Harmonía labrado ¿por quién? ¡¡Por el dios Hefesto, el … el marido de Afrodita!!
Si pensáis un poco, deduciréis que el maravilloso cinturón, regalo del dios herrero Hefesto había de ser un regalo envenenado.
EUCALIPTO*: ¡Claro, porque Harmonía no era hija suya, sino de Ares, el amante de su esposa Afrodita!
GRANADO: Por ahí oigo al Eléboro … No, Eléboro blanco, también llamado Melampodium; no es que el cinturón fabricado de Hefesto estuviese impregnado de un veneno. Lo que quiero decir con envenenado es que finalmente el cinturón de Harmonía dio lugar a una guerra muy famosa; casi tanto como la de Troya.
AVELLANO: Una vez que el Granado, ofrendado a la diosa Core-Perséfone, ha puesto la nota de sociedad, doy por terminada mi intervención. Bueno, antes quiero decir que el dramaturgo Esquilo llamó a esta guerra “Los siete contra Tebas”.
Esquilo fue el más antiguo de los tres grande trágicos griegos. Nació en el siglo VI antes de Cristo y murió a los 69 años en el 456 antes de Cristo.
ROSAL: ¡Cómo me gusta ese pasaje en el que, refiriéndose al digno adivino Anfiarao, Esquilo escribe! : “Tales cosas decía en voz alta el adivino embrazando con calma su escudo de bronce. Pero no existe blasón en su escudo, pues no quiere parecer el mejor, sino serlo, obteniendo el fruto mediante su espíritu del surco profundo de donde brotan las decisiones nobles”. ¡Qué maravilla! ¿No os parece? (11)
ENCINA: Pues a mí me gusta ese otro pasaje donde la extraordinaria Antígona, todo un arquetipo de valor femenino, que elegirá la muerte antes de renunciar a sus convicciones, dice ante su hermano muerto: “Por eso, alma mía, pon tu voluntad al servicio del que ya no la tiene y participa de sus infortunios. Vive para el muerto con un verdadero corazón de hermana”. (11)
AVELLANO: Decía que doy por terminado mi cuento, con lo cual tengo el placer de dar entrada al Laurel de probada nobleza, árbol de Apolo por excelencia. Puedes dar inicio a tu informe, Laurel de copa oscura y densa y hojas coriáceas en forma de lanza.
SAUCE: Hesíodo cuenta cómo, cuando apaciguaba a sus ovejas al pie del monte Helicón, las bienhabladas Musas “le infundieron voz divina” dándole un cetro tras “cortar una admirable rama de florido laurel”. (2)
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Elena Huerta Fernández para
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