La hamadríade "Paloma dorada"
Capítulo 2
ENCINA: Que las Gracias de bellas mejillas (2) te acompañen siempre, Mirto, aromático arbusto de perenne follaje oriundo de la Europa meridional y del norte de África.
Queridos amigos vegetales. Me propongo contar, un poco más adelante, una historia de amor. La protagonizaron el héroe Árcade y una de mis ninfas, las dríades. Cuando lo haga, me remontaré a los orígenes de este héroe epónimo de Arcadia y hablaré de su accidentada infancia.
PAPIRO: Si os parece bien, yo puedo encargarme de explicar el significado de determinadas palabras…
ENCINA: Tengo la seguridad de que nadie encontrará el más mínimo inconveniente, Papiro, cuyo signo jeroglífico egipcio simboliza el desarrollo eterno del alma de los justos.
PAPIRO: Pues “epónimo” quiere decir el que da nombre a una ciudad, tribu, etc.
PINO PIÑONERO: Dejad que yo diga que la célebre Arcadia es una región del Peloponeso, que está constituida por cordilleras cuyas laderas están tapizadas por frescos pastos y bosques mediterráneos. Estaba habitada por Pan y su corte de espíritus de la naturaleza; el Abeto y yo mismo estábamos consagrados a este dios. Arcadia era una foresta virgen …
ENCINA: Y mesetas calizas con abundantes simas, valles y depresiones húmedas. Gracias Pino piñonero, árbol favorito de Rea-Cibeles, madre de los dioses Olímpicos que más tarde habitaron las nevadas cumbres del monte Olimpo al que deben su nombre. Pero la Arcadia no solo está asociada al indolente Pan, dios de los pastores y rebaños; en una cueva de Arcadia nació también el versátil Hermes, dios de diplomacia, el veloz mensajero de los dioses.
Poetas y artistas de todos los tiempos fueron convirtiendo la Arcadia en un lugar imaginado donde reina la felicidad, la sencillez y la paz, en un ambiente idílico habitado por una población de pastores que viven en comunión con la naturaleza.
ROBLE: Y donde es muy fácil tropezarse con una ninfa… Pero quizá debamos recordar a nuestros amigos los árboles no pertenecientes a la cuenca mediterránea quiénes eran las ninfas y concretamente las dríades. Veo que pide la palabra el Olmo entusiasta de Homero.
OLMO: Nada me complacería más que me encomendaseis a Homero en este congreso.
ROBLE: Dalo por hecho, tronco.
OLMO: Gracias. Cuando, por mandato de Zeus, la Titánide Temis (Justicia) convocó a los dioses a una reunión general en la Ilíada, no faltó…“ninguna de las Ninfas, que moran las hermosas forestas, los manantiales de los ríos y los herbosos prados” (4)
ENCINA: Las ninfas, con ser diosas menores, resultan de las figuras más atrayentes de la mitología griega antigua. Son espíritus de la naturaleza, y protegen montes, grutas, árboles, arroyos y manantiales. Las ninfas que custodiaban arroyos y manantiales eran las náyades.
Las ninfas no son inmortales, aunque viven muchísimo tiempo más que los humanos.
PALMERA: Alguien calculó el tiempo que podían vivir las ninfas. Concretamente diez vidas de palmera; o lo que es lo mismo: nueve mil setecientos veinte años.
AVELLANO: ¡Cuántas locuras me faltan por oír! ¡Por mis avellanas, mira que lo paso mal escuchando estas cosas!
ROBLE: Todos conocemos de sobra lo que presumes de idolatrar la verdad y el saber, pero mejor será que te calles, tío.
ENCINA: A mí, como árbol que soy, me interesan especialmente las ninfas que protegen a los árboles y los habitan; concretamente las dríades o hamadríades, que son los espíritus que dan vida a Encinas y Robles. Las hamadríades nacen con la Encina o el Roble y su destino depende de la vida o la muerte del árbol.
PAPIRO: “Dríade” deriva de “drys” que significa roble en griego.
ROBLE: La hamadríade más memorable fue Eurídice, la desdichada esposa de Orfeo, aquel músico que conseguía que los Árboles se desplazaran para escucharle. Cuando Orfeo cantaba y tocaba la lira …
ROSAL: “pájaros innumerables vuelan sobres su cabeza; de las aguas negras y azules ascienden, verticales, los peces, a la bella canción”.…
“Ni el soplo de los vientos que agita las hojas se levantó: hubiera estorbado que la voz,dulce como la miel, se extendiera,ajustándose a los oídos de los hombres.“ (20)
ROBLE: Muy bien, Rosal amante de la poesía. Simónides ¿me equivoco?
ROSAL: Simónides: un poeta griego nacido a mediados del siglo VI antes de Cristo en la isla de Cos.
FRESNO: Pero había otras ninfas además de las hamadríades. Las Melias protegían los Fresnos.
NOGAL: Los Nogales eran protegidos por unas ninfas llamadas Cariátides (Caria es Nogal en griego).
ROBLE: Prosigue, hermana Encina bienhechora de la vida, árbol nacional español.
CASUARINA*: Eso, continúa, hermosa y frugal Encina de fuerte raigambre.
ENCINA: A ello voy, Casuarina australiana de esbeltas y delicadas ramas. Comienzo a hablar de Árcade.
Su bisabuelo materno fue Pelasgo, hijo de Zeus y de una mujer. Se tenía a Pelasgo por el primer hombre que vivió en Arcadia y su primer rey. Fue el primero en usar una casa para vivir y, lo que es más importante, se dedicó a distinguir las plantas útiles de las nocivas y a enseñárselo a sus paisanos.
EUCALIPTO*: Eso estuvo realmente bien.
ENCINA: Pelasgo se enamoró de Melibea, una de las tres mil Oceánides, hijas, todas ellas, de la Titánide Tethys y del Titán Océano el de profundas corrientes (2).
Pelasgo y Melibea tuvieron un hijo: Licaón. Por su parte, Licaón tuvo una gran descendencia: fue padre de cincuenta hijos varones y de una única hija semidivina: la ninfa Calisto. Calisto fue la madre de Árcade.
En un principio, Calisto había decidido dedicar su vida a proteger los bosques y entró a formar parte del séquito de la poderosa diosa Ártemis, amante de los bosques y las selvas, la doncella del arco de plata, hermana melliza de Apolo, a quien los romanos identificaron como Diana.
Calisto había resuelto permanecer virgen, como la misma diosa cazadora y todas sus gentiles acompañantes. Pero el enamoradizo Zeus se prendó de Calisto y la ninfa acabó correspondiendo a la seducción del rey de los dioses. Árcade fue el hijo de Calisto y de Zeus.
No hay consenso en lo que respecta a la muerte de la desdichada Calisto. Nos quedaremos con la siguiente versión: cuando Ártemis se percató del embarazo de Calisto, ni se planteó la posibilidad de perdonarla; la convirtió en osa y el animal encontró la muerte por una flecha de plata de esta diosa severísima.
Cuando Calisto murió, Zeus confió a su hijo recién nacido, Árcade, a Maya. Maya, la Titánide de hermosos bucles (5), era la madre de uno de los hijos predilectos de Zeus: el dios Hermes de sutil ingenio (5) que gozaba de gran estima entre los mortales.
Resulta de lo más lógico pensar que Licaón estuviera enfurecido contra los dioses y contra Zeus en particular por el triste destino sufrido por su desdichada hija Calisto. Y cayó en la tentación de poner a prueba el poder clarividente del jefe supremo de los Olímpicos. Una vez que tuvo a su pequeño nieto Árcade en su poder, le mató y preparó para Zeus un banquete en el que le sirvió al propio niño en un macabro guiso.
ROBLE: Zeus, por supuesto, se percató del hecho y no probó aquel guisado fatal. Furioso, derribó la mesa y fulminó con un rayo la casa de Licaón. Todos los que vivían allí quedaron convertidos en lobos. Luego Zeus volvió a la vida al pequeño Árcade, que pudo seguir creciendo.
ENCINA: Las lluvias habían arrasado Arcadia durante varias semanas, pero ya habían cedido y Árcade podía volver a hacer lo que más le gustaba: ir de caza. Quizá tuviese suerte y pudiera cobrarse una buena pieza. Incluso un jabalí. Y efectivamente, la suerte le había sonreído y un jabalí de buen tamaño yacía muerto a su lado.
Árcade buscó la protección de una gruta para descansar del duro ejercicio realizado. Desde allí, tumbado sobre una gruesa piel de oso, podía ver la laguna cercana. Jirones de niebla se desprendían de la laguna y velaban las nubes y el espeso bosque.
“El agua está feliz; este es su ambiente” – se decía Árcade a sí mismo, mirando la laguna a ratos invisible por la niebla. -“Da la impresión de que el cielo se ha quedado con ganas de bajar a la tierra a absorber solidez”.
A punto estaba de quedarse dormido, cuando oyó un ruido como de un crujir de hojas y ramas a su espalda. Se volvió y allí estaba la ninfa más graciosa y bella que podáis imaginar. Árcade se puso de pie como impelido por un resorte. La ninfa le sonreía, pero a pesar de ello Árcade sintió miedo. Le habían explicado muchas veces que las ninfas eran seres peligrosos, impredecibles y de carácter inestable y que con ellas nunca se sabía cómo iban a acabar las cosas.
-“Me llamo Árcade” –comenzó el muchacho.
-“Y yo Crisopeleya. Reconozco que es un nombre difícil de recordar e incluso de pronunciar”- Y la ninfa volvió a sonreír. – “Quiere decir paloma dorada.”
– “¿Tienes hambre? Puedo darte un poco de pan y queso. “
– “No quiero tu comida, sino tu ayuda.”
– “¿Y en qué puede ayudarte un simple humano como yo?”– En ese momento Árcade pudo ver cómo el agraciado rostro de la ninfa se contraía en un gesto de preocupación.
– “¿Ves aquella Encina de allí?” –indicó Crisopeleya señalando uno de mis árboles- “Yo vivo en ella. De alguna manera la Encina soy yo misma y estoy en peligro. Soy una hamadríade.”
Árcade miró en la dirección que le indicaba el brazo extendido de Crisopeleya. Allí estaba la Encina, en una colina y en medio de una torrentera de agua que amenazaba con arrancarla de cuajo.
– “Vamos allá; algo podremos hacer” – dijo Árcade sin dudarlo un instante. Y ambos jóvenes corrieron hacia el torrente. El agua estaba llevándose poco a poco el suelo en el que la Encina centenaria hundía sus raíces.
– “Un poco más y se la lleva la corriente” –comentó Árcade, viendo cómo Crisopeleya retorcía sus manos con desesperación.
– “Necesito algo más que mi arco y mis flechas” –exclamó Árcade- “Espérame aquí. Puedes ir a buscar piedras; las más grandes que puedas coger”.
Y así lo hizo Crisopeleya, dudosa de que el muchacho fuese a volver, y pensando que si el agua conseguía separar de la tierra las raíces de su Encina ella moriría sin remedio.
Pero por allí venía Árcade subiendo a la carrera una loma. Traía un azadón de buen tamaño en las manos. Árcade cavó enérgicamente un surco próximo al árbol y otro y otro más.
Crisopeleya colocó, ansiosa, las piedras alrededor de la Encina para evitar en lo posible que el agua la alcanzara, y se abrazó a ella con emoción contenida. Enseguida el agua saltó por encima de los pedruscos y buscó los surcos que Árcade había cavado.
– “¡Lo hemos conseguido!” –rió el joven, saltando y levantando a la ninfa por los aires. Crisopeleya también reía, dando las gracias al muchacho.
– “Si no llega a ser por ti, a esta hora podría estar muerta. Las hamadríades solo sobrevivimos a nuestra Encina o a nuestro Roble unas horas. Me has salvado la vida.”
Y el relato llega a su fin. Es fácil imaginar que, tras esta aventura, el amor prendió en los corazones de los jóvenes. Yo solo añadiré que tuvieron dos hijos y fueron muy felices.
SECUOYA*: Magnífico, Encina, árbol ibérico por excelencia.
ENCINA: Gracias, Secuoya, conífera la más alta que existe.
ZUMAQUE *: Encina, ¿tienes alguna otra leyenda en la que intervengan simples humanos? Son mis favoritas.
ENCINA: La tengo, arbusto que puedes propagarte por rizomas y formar grandes colonias. Es la historia de un joven ladronzuelo de Dodona. Se llamaba Mándilas y era pastor.
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