Hipólito y el olivo Desolado
Capítulo 35
OLIVO: Gracias a los dos, Trigo y Adormidera, también conocida como Amapola real o Amapola blanca, que el humano cultiva desde hace cuatro mil años.
Estimado Rosal, arbusto que creces en bosques, setos, veredas y espesuras de toda Europa, no puedo ocultar lo que me halaga que Sófocles me dedique esas palabras.
AVELLANO: Sófocles nació en una aldea cercana a la brillante (3) Atenas en torno al 496 a. de C.
OLIVO: Por otra parte, ciertamente no solo no me siento orgulloso de mi papel en la historia de Hipólito, sino que me siento avergonzado. Pero ¿qué puede un árbol ante el poder de un dios capaz de agitar la tierra y el mar?
Doy comienzo a la historia. Hipólito era hijo del héroe Teseo.
A Teseo le mencionó de pasada el Peral, que nos contó que había participado en la cacería de Meleagro.
La Consolida Ajacis nos refirió que la madre de Áyax el Grande, Peribea, fue una de las doncellas que Teseo salvó de una muerte segura en el Laberinto de Creta frente al Minotauro.
La Esparraguera, la Pimpinela y el Apio nos hablaron de Teseo cuando nos contaron la leyenda del bandido Sinis y de su hija Perigune.
El Almendro y la Posidonia mediterránea nos refirieron que Teseo podía ser hijo del rey de Atenas Egeo o del dios Poseidón.
El amor más sincero de Teseo (5) fue la madre de Hipólito: una Amazona llamada Hipólita, como su hijo.
Hipólita era hija del dios Ares y hermana de la reina de las Amazonas, Pentesilea, quien participó en la guerra de Troya del lado de los troyanos.
OLMO: Pentesilea causó la muerte de muchos aqueos hasta que se enfrentó con Aquiles.
Él fue quien la mató,
pero cuando Pentesilea agonizaba en sus brazos, el héroe sintió en su pecho cómo le embargaba un intenso enamoramiento …
y lloró amargamente, no solo su muerte, sino haberla matado él mismo con sus propias manos.
OLIVO: Ares había regalado a las Amazonas de espléndidos corceles (3) un cinturón para que lo llevase la que fuese su reina en cada momento.
El noveno trabajo de Heracles fue hacerse con dicho cinturón.
En aquella ocasión era Hipólita la reina de las Amazonas. Hipólita cayó prisionera del héroe de la clava de Olivo, y el precio que tuvo que pagar por su libertad fue el exquisito cinturón obsequio del dios Guerra (Ares) a un pueblo tan guerrero como era el de las Amazonas de broncíneos arcos (3).
Quieres decir algo, ¿verdad, Papiro que creces en Egipto y Sicilia?
PAPIRO: Se especula con que la palabra “Amazonas” significa “mujer luna”.
PALMERA: Desde luego, la diosa más importante para las Amazonas era Ártemis la de veloces dardos (3), sustituta de la antigua titánide Selene o Luna.
OLIVO: Hipólita dirigió una expedición contra Teseo en el Ática para castigar el apoyo que había prestado a Heracles. Pero una vez más el amor ganó la partida y Teseo e Hipólita se enamoraron. Como ya he dicho, el hijo de Teseo e Hipólita fue Hipólito.
Pero la vida de Hipólita no fue tan larga como Teseo hubiese deseado. Cuando Teseo enviudó de Hipólita, volvió a casarse; esta vez con Fedra, hija de los reyes de Creta Minos y Pasifae; y en consecuencia, hermana de Ariadna y de Glauco, de quien nos habló el Moral, también conocido como Moral negro.
Teseo y Fedra tuvieron dos hijos.
Fedra era de carácter difícil y pronto surgieron conflictos entre madrastra e hijastro. Para poner fin a estos problemas familiares, Teseo envió a su hijo Hipólito a Trecén.
PINO PIÑONERO: En el Peloponeso.
OLIVO: Allí, el rey Piteo adoptó a Hipólito y lo hizo su heredero.
Hipólito había heredado el temperamento y los gustos de su madre. Adoraba la caza y sentía veneración por la diosa Ártemis. De hecho, le consagró un templo en Trecén. Las mejores presas de sus cacerías se las ofrendaba a la diosa del arco de plata.
“Allí, Hipólito entrega a la joven Ártemis una tierna corona trenzada con flores de una pradera intacta”. (14)
El cariño que Hipólito sentía por Ártemis se contraponía a la falta de consideración hacia Afrodita.
ROSAL: “Eterna Afrodita de trono multicolor”. Safo de Lesbos. (15)
OLIVO: Era frecuente que Afrodita se vengase de aquellos que la despreciaban o la desatendían, haciendo que concibieran pasiones sin freno.
En este caso, Afrodita utilizó a Fedra, la madrastra de Hipólito para llevar adelante la que iba a ser su venganza contra el joven hijo de Teseo e Hipólita.
Inspiró en Fedra un delirio obsesivo por su hijastro Hipólito; hasta que Fedra se vio incapaz de reprimir más sus intenciones y le escribió declarándole su amor.
El buen muchacho acudió al llamamiento de Fedra con la intención de reprocharle sus sentimientos y hacerla desistir de lo que él consideraba un absurdo capricho casi adolescente, además de una traición repulsiva hacia su padre a quien veneraba.
Pero Hipólito no estimó en toda su profundidad el poder y la fuerza de Afrodita, la diosa de la pasión amorosa, porque lo que Fedra sentía por Hipólito era un arrebato tal, que consumía su buen juicio.
Cuando Fedra comprendió la profundidad del desprecio que Hipólito sentía hacia ella, llegó a la conclusión de que no podía resistirlo. Primero se negó a comer y buscó la muerte por inanición.
Finalmente optó por un final más rápido. Amanecía; desde donde estaba Fedra vio las palmeras y los tarays todavía negros, recortándose sobre el fondo de profundo azul cobalto del mar. El cielo, completamente despejado, sin una sola nube, aparecía engalanado solamente con una gruesa línea del color de los frutos del Naranjo.
Pero antes de ahorcarse el rencor de Fedra le había empujado a escribir a Teseo, su esposo, una carta llena de odio y mentiras: “Querido esposo, tu hijo Hipólito ha intentado seducirme, lo cual me produce tal repugnancia que elijo la muerte”.
Hipólito no supo defenderse. Mejor dicho, no quiso defenderse, porque eso suponía decirle a su padre la verdad. Y por nada del mundo quería herir a Teseo, a quien admiraba y amaba por encima de todo. Pero Teseo estaba ciego y furioso contra su hijo. El suicidio de Fedra había nublado su entendimiento:
–“Yo te maldigo, malnacido. Y pongo al dios Poseidón por testigo de mi maldición. A partir de ahora no te permito que te consideres hijo mío.”
El dolor que sintió Hipólito en ese instante le hizo trizas el alma. Corrió hacia su carro. Tenía que salir de la casa de su padre cuanto antes. Sabía que no volvería jamás.
No satisfecho con esta pavorosa maldición, Teseo elevó en su fuero interno este lúgubre ruego a su padre Poseidón:
–“Agitador de la tierra y artífice de las poderosas corrientes marinas, padre mío Poseidón. Te recuerdo que una vez me prometiste cumplir tres deseos míos. Ahí va uno. Quiero ver a mi hijo muerto. Pero yo no puedo matarle con mi propia mano…”
Teseo notó cómo Poseidón se revolvía colérico en las profundidades marinas. No deseaba ver muerto a su nieto. Pero los dioses juraban poniendo por testigo a la laguna Estigia y se veían obligados a cumplir sus promesas.
Hipólito hizo que su carro volase hacia Trecén. Una parte del camino discurría por un acantilado que se elevaba poco más que un par de metros sobre el mar. El mar; que eternamente pugna por salir de sí mismo; unas veces con suavidad, otras con desmedida violencia.
Entonces los caballos que llevaban el carro de Hipólito creyeron ver algo horripilante que surgía de las olas; la falsa imagen tomó impulso saltando hacia el carro.
Al ver los ollares de lo que les parecía un toro monstruoso, los caballos se encabritaron. Hipólito, cuya habilidad como auriga era de todos conocida, estaba consiguiendo reconducirlos cuando las riendas se enredaron en uno de mis árboles, un viejo Olivo que allí vivía.
¡Oh desgracia! ¡Cuánto lo lamenté! Las ruedas del carro se desequilibraron e Hipólito cayó sobre las rocas, golpeándose mortalmente.
Mientras tanto es la propia diosa Ártemis quien vuela veloz como un rayo de luna para contar a Teseo la verdad.
Teseo galopa para alcanzar a Hipólito y llega justo en el momento en que este salta por los aires.
Con los ojos llenos de arena y arrasados por las lágrimas, aún puede recoger el último aliento de su hijo moribundo. Padre e hijo se reconcilian e Hipólito muere en los brazos temblorosos de Teseo.
Las palmeras se ondulaban asustadas; mucho más que cuando las agita el fuerte viento. A lo lejos, la hilera de espuma de las olas semejaba delfines que salían del mar para volver a hundirse en el agua, dibujando un brillo de plata.
Ártemis, que envía a los humanos la luz lunar y la muerte, prepara su venganza contra Afrodita: – “Otro joven cazador morirá por tu culpa, presuntuosa Afrodita, nacida de la sangre de un Cielo castrado y cuyo carácter es tan ligero y sin sustancia como tu madre, la espuma”.
Al poco tiempo Afrodita perdía a su amante Adonis, muerto por un viejo, resabiado e infausto jabalí.
ANÉMONA DE BOSQUE: Cuando la sangre del joven Adonis cayó al suelo, aparecieron mis flores blancas y rosadas por primera vez en la superficie de la Tierra.
FRESNO: Que son muy bellas, ciertamente, Anémona que habitas bosques planifolios y acicufolios, prados de montaña y huertos de frutales.
ADONIS: Querida, y ciertamente bella, Anémona. Veo que no estás por la labor de hacerme un hueco en esta historia. Yo soy la planta que ha heredado literalmente el nombre del famoso muchacho. Reivindico mi intervención.
ROBLE: Tienes toda la razón, hermosísima Adonis, de la familia de las Ranunculáceas, cuya belleza hace que tus ejemplares estén declinando y los humanos comiencen a pensar en que es necesario protegerte.
AVELLANO: Pero estábamos hablando de Hipólito. En Trecén Hipólito recibió culto de héroe. Eso es cierto.
OLIVO: Los trecenios no aceptaban la muerte del héroe y defendían que había sido elevado a los cielos convertido en la constelación del Auriga.
PAPIRO: Hipólito quiere decir “de los caballos desbocados”.
WASHINGTONIA*: Trágica historia la del muchacho.
OLIVO: Repito que lo que más odio en el mundo es el papel que me tocó jugar en ella.
WASHINGTONIA*: Te comprendemos, Olivo, cuya vida puede alcanzar los mil años. Por si te sirve de cierto consuelo, te diré que la has contado muy bien.
OLIVO: Gracias, palmera de origen americano, que debes tu nombre al primer presidente de los Estados Unidos.
ENCINA: Querido Olivo, ¿olvidas que te conté que existe para esta historia un epílogo feliz? El pueblo que habitaba la región del Lacio en la península itálica, esto es, los latinos (*), aseguraban que la diosa Ártemis, un segundo antes de que Hipólito exhalase su último suspiro, se lo llevó de Trecén oculto en una nube.
Aseguraban también que algunos días más tarde Ártemis llevó a Hipólito a la región del Lacio, concretamente a la italiana ciudad de Ariccia en los Montes Albanos (16).
Allí, el joven se casó con una ninfa: Egeria, y vivió en un encinar, oculto de la vista de todos por mis árboles y por abruptos despeñaderos. Ártemis procuró que no recordara el episodio de su muerte, evitando que hubiese caballos en las proximidades.
OLIVO: Desde luego yo prefiero quedarme con este final feliz.
Ahora me honra ceder la palabra a un gran árbol; un elegante árbol de hojas palmeadas de nervios muy marcados y cuyos frutos se presentan en cabezuelas esféricas: el magnífico Plátano de Levante, procedente de la cuenca oriental del Mediterráneo.
(*) Los latinos: antiguo pueblo del Lacio en la península itálica que hablaban en latín.
Próxima lectura «La jóven plátano» Capítulo 36
Elena Huerta Fernández para
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