El trigo y el consuelo de Deméter
Capítulo 34
ADORMIDERA: Querido Croco, planta perenne bulbosa, te has referido a la diosa Deméter, a quien el Trigo, la Higuera y yo misma estuvimos destinados.
HIGUERA: En nuestra primera reunión (1), el Granado y yo hablamos largo y tendido del dúo formado por Deméter y su amada hija Core, la joven diosa coronada de violetas.
TRIGO: A Deméter le estuvieron consagrados los cereales en general. Antes de que el Olivo comience la siguiente historia, agradezco la oportunidad que me brindáis de decir unas breves palabras sobre mi papel en la mitología.
Deméter es la diosa de la tierra cultivada, hija de los antiguos Titanes Crono y Rea, hermana de Zeus y una de las divinidades Olímpicas más amadas por los humanos de la época.
Deméter es la diosa de los trigales. Las regiones por las que mostró preferencia fueron Eleusis, Creta, Sicilia, Tracia… lugares donde se me cultivaba extensamente. Los romanos la identificaron con su diosa Ceres; término relacionado con cereal.
Deméter, cuyo espléndido cabello era del color de la mies, fue la madre de la encantadora diosa Core, que engendró con Zeus; y que después de su casamiento con Hades pasó a llamarse Perséfone.
PAPIRO: Que significa “la Terrible”.
GRANADO: Los romanos la llamaron Proserpina. Ya sabéis todos que es mi diosa favorita.
TRIGO: Ya puedes continuar tú, Papaver o Adormidera, planta anual de tallos ramificados, que floreces entre la primavera y el verano.
ADORMIDERA: Yo me convertí en uno de los atributos de Deméter por la sencilla razón de que crezco -por lo general- entre los trigales.
Desesperada por la desaparición de su hija y para mitigar su intenso dolor, la diosa se durmió masticando mis flores. Me agrada haberle resultado útil a Deméter para aliviar su rabioso sufrimiento.
Cuando el dios de los muertos, Hades, priva a Deméter de la compañía de su hija, la soledad en la que la madre se hunde y el imaginar hasta qué punto Core estaría echando de menos el sol en las montañas, el aire en las praderas sembradas de flores o el mar en continuo movimiento, le producía tal depresión a la esplendorosa diosa de los cereales que recurrió a mí para poderla soportar.
Pero hubo una época en que la diosa también sintió que su corazón vibraba por el amor de un humano. Mi aparición en la tierra está explicada por ese amor de Deméter, la diosa de hermosa corona (2), por un mortal. Se trataba de un ateniense llamado Mecón. Cuando Mecón murió, la diosa le transformó en una flor: yo misma.
PAPIRO: Mecon significa amapola
ADORMIDERA: De acuerdo papiro, insigne pionero del soporte de la escritura y políglota. Otra cosa. ¿Recordáis la narración del Azafrán de doble tallo y del Enebro que refirieron el relato de Jasón y Medea? Pues Medea durmió al aterrador dragón que custodiaba el vellocino de oro, untándole en los ojos una pócima elaborada con mis flores.
Medea encantando al dragón de la Cólquide
Pasado el tiempo, cerca de la ciudad italiana de Mantua, nació el poeta latino Virgilio.
Era el año setenta antes de Cristo. Virgilio, entre otras cosas, se interesó por la Botánica. Cuenta en su libro “La Eneida” cómo la Sibila de Cumas preparó con mis flores un pastel con el que durmió al indecible y sanguinario (2) perro del Infierno, el Cancerbero.
De esta manera el héroe troyano Eneas pudo entrar en el Tártaro.
IRIS: Yo hable de Eneas, el hijo humano de Afrodita.
ALMEZ: Con la cabeza adornada con una corona de tus flores, Adormidera, representaban los griegos a la arcaica diosa Noche (Nix) y a sus alados hijos gemelos Tánatos e Hipnos, la Muerte y el Sueño.
TRIGO: Bueno …Y ahora es cuando el admirable Olivo, árbol que todos tenemos en gran estima, contará la emotiva historia de Hipólito, hijo del héroe Teseo, el matador del Minotauro, monstruo cretense asesino de jóvenes y doncellas.
ROSAL: Me gustaría ser yo quien diese entrada al Olivo, árbol de la paz y la victoria, tan respetado por todos. Sófocles, en su tragedia titulada “Edipo en Colono” dice estas palabras:
“Existe un árbol … árbol indomable que crece espontáneamente, terror de las lanzas enemigas, que abunda en esta región por doquier: el glauco olivo que alimenta a nuestros hijos. Ni un joven, ni quien se encuentra en la vejez, podría destruirlo aniquilándolo con violencia. Pues el ojo vigilante de Zeus, protector de los olivos, lo observa siempre así como Atenea, la de brillante mirada”. (12)
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«Hipólito y el olivo desolado«
Elena Huerta Fernández para
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