El mirto presenta la Segunda Asamblea Vegetal

Capítulo 1

Mirto. Myrtus communis

MIRTO: Sobre el Aliso aquí presente, árbol inestimable,  protector de las corrientes de agua, recayó el honor de presentar nuestra primera asamblea arbórea que todos nosotros recordamos con cariño. En aquella ocasión, más de treinta árboles y arbustos explicaron su papel en las historias de los dioses y héroes, predominantemente griegos. (1) Entonces, el Aliso se encomendó a la protección de las nueve Musas de voz clara y olvido de males (2), que gobiernan toda forma de pensamiento.

Aliso. Alnus glutinosa

Al dar inicio a esta segunda reunión vegetal, en la que participarán activamente también plantas herbáceas, yo, Mirto, he querido invocar a otras diosas; las más próximas a las Musas. Me refiero a las Cárites, esas tres hermanas que los romanos llamaron las Gracias, por las que siento gran admiración y respeto. A los que me escucháis os pongo bajo la tutela de estas tres deidades a quienes tuve la suerte de estar consagrado. Las Gracias es lo que este humilde arbusto desea daros a todos aquellos que vais a dar testimonio de sus modestas palabras.

Las Cárites

Esplendor, Alegría y Gozo son los nombres de estas diosas en el idioma que estamos hablando. Pero estos términos parecen cobrar más entidad si los decimos en el idioma que pronunciaban los griegos antiguos: Áglae, Talía y Eufrosine.  (*)

Áglae, Talía y Eufrosine

Talía evoca el gozo que proporciona a los humanos la naturaleza. Talía significa alegría, dicha, abundancia, felicidad, fiesta, celebración; pero también viene a designar flor o florecer.

Áglae quiere decir esplendor, brillo, hermosura,  júbilo, regocijo, triunfo, gloria, fantasía, humor.

El significado de Eufrosine no es muy diferente: gozo, contento, placer, entusiasmo, optimismo, risa.

EUFRASIA: Mi nombre se relaciona con el de Eufrosine. De las tres Gracias, Eufrosine es la que todo lo ve. Y mis plantas tienen la virtud de mejorar la visión, porque mitigan las afecciones inflamatorias de los ojos.

Eufrasia. Euphrasia officinalis

MIRTO: “Sin las augustas Gracias ni siquiera los dioses organizan danzas ni fiestas.” (3) De las prerrogativas de las Gracias, la más preciosa era la de presidir las buenas acciones. Las benévolas Gracias  rigen la satisfacción en la vida de los seres humanos. Todo aquello que, concerniendo al ámbito psíquico, anímico, mental, inmaterial o espiritual, es al mismo tiempo hermoso y venerable recibe su grandeza de las Gracias. Las Gracias de ajustado talle (3) son hijas de Zeus y de la encantadora Oceánide Eurínome, cuyo nombre podría significar don extenso o pasto extenso.

Vosotras, a quienes corresponde la tutela del Cefiso y que habitáis la región de hermosos potros, Gracias celebradas en los cantos, soberanas …, escuchadme, porque os estoy suplicando. Pues con vuestro auxilio realizan los mortales cuanto hay de tierno y dulce: ser sabio, bello o famoso.

Las tres Gracias

¡Hijas queridas de Zeus, el más poderoso de los dioses! ¡Dispensadoras de la gracia, la sabiduría, la fluidez, la liberalidad, el reconocimiento, el buen humor, las buenas maneras! Vuestra influencia se extiende a todas las delicias de la vida, a todo aquello que trae la felicidad. Vosotras, a quienes tanto les gustan los cantos, mirad con buenos ojos nuestros cuentos. Concedednos que seamos capaces de contar nuestras historias con jovialidad, con elocuencia y sobre todo con gracia.

También solicitamos tu ayuda, Hermes, expresivo dios de la oratoria; conductor de fantasías, sueños y quimeras. Y por supuesto a vosotras, Musas, sin cuya inspiración nada podríamos hacer nosotras, las sencillas criaturas del mundo vegetal.    Y sin más dilación –porque no hay que olvidar que las Gracias eran también rápidas- doy comienzo a nuestro segundo simposio. Confío en que –como el primero- este también resulte del agrado de nuestros hermanos vegetales extranjeros en la cuenca mediterránea, y que por ser originarios de otras partes del mundo, no conocen muchas de nuestras historias.

La primera en hablar será la Encina, merecedora de este honor por ser un árbol especialmente venerable  entre los griegos, que la consagraron a la madre de los Olímpicos: la Titánide Rea, hija y heredera de Gea, sede de mortales e inmortales. Más tarde, nuestra amada Encina también estuvo consagrada al hijo de Rea: Zeus.